El nacimiento de Carlos Juan Finlay Barrés, el 3 de diciembre de 1833, es la efeméride escogida para celebrar el Día de la Medicina Latinoamericana. Además de su notable descubrimiento de la transmisión metaxénica de algunas enfermedades, fueron muchos y variados sus aportes. Entre ellos, destacan sus estudios sobre la inmunidad que acompañaron y apoyaron su universal hallazgo de la transmisión vectorial de la fiebre amarilla.
Para finales del siglo XIX tenía registrados y documentados, en todos sus detalles, más de cien inoculaciones experimentales, algunas de ellas curiosamente en sacerdotes jesuitas recién llegados a la isla y algunos de los cuales llegaron a ser inmunes al virus.
Las conclusiones de sus trabajos «Fiebre amarilla experimental comparada con la natural en sus formas benignas», de 1884, y «Estadísticas de las inoculaciones con mosquitos contaminados en enfermos de fiebre amarilla», de 1891, revelan su intención de encontrar formas de inmunizar contra la infección: «…la inoculación de la fiebre amarilla por una o dos picadas del mosquito como un medio plausible de conferir, sin peligro, la inmunidad contra las formas graves de dicha enfermedad». Confesó que tenía la hipótesis de que la inyección de leucocitos vivos en el cuerpo del inoculado serviría para «formar razas de leucocitos inmunizantes». Finlay supuso que la seroterapia a partir de sujetos inmunes tras la infección con la fiebre amarilla podría tener acción profiláctica en los no expuestos o atenuar las formas graves de la enfermedad. Así lo declaró en su reporte «A plausible method of vaccination against yellow fever«, publicado en The Philadelphia Medical Journal y aprobado por el ya entonces muy reconocido Emile Roux, del Instituto Pasteur de París.
En todos estos ensayos están los elementos que hoy clasifican como transferencia pasiva y terapia celular adoptiva, con los que se experimenta intensamente en la actualidad. También se ha dicho que tales aportes se anticiparon a los hallazgos de von Behring, el propio Roux y otros. Es justo decir que, durante más de veinte años, Finlay contó para sus experimentos y observaciones con la estrecha colaboración del doctor Claudio Delgado Amestoy.
Resulta admirable que el doctor Finlay Barrés, quien vivía en Cuba e investigaba sobre la fiebre amarilla, se mantenía al tanto de los avances logrados en Europa en la lucha contra las enfermedades infecciosas. En la isla, la fiebre amarilla, también llamada vómito negro, era considerada ya una plaga fulminante, desde la primera epidemia ocurrida entre 1649 y 1655: de mayo a octubre del primero de esos años, se calcula que la tercera parte de los habitantes del país fue aniquilada por la enfermedad.
Las noticias de los experimentos de von Behring y Kitasato llegaron a la Habana en 1892, dos años después de su realización, lo que, junto a las observaciones y resultados propios relativos a la fiebre amarilla, llevaron a Finlay a elaborar muy atinadas teorías sobre la inmunidad, y la definición que sobre ella dio, mantiene hoy su validez: “procurar al sujeto inmunizado algún recurso que haga inofensivas para él las toxinas que los gérmenes tienden á elaborar” (se respeta la ortografía del original).
También acierta en sus hipótesis sobre las bases celulares y humorales de tales fenómenos: “…si triunfan los leucocitos, los que hayan tomado parte en esa lucha habrán adquirido la propiedad de segregar antitoxinas capaces de neutralizar dentro de su esfera de acción, los productos tóxicos que los gérmenes puedan elaborar.(…) …¿no podrá acontecer que se desarrollen en los leucocitos propiedades inmunizantes contra las toxinas?”
Hombre dado a la práctica, ante un caso grave de fiebre amarilla, realizó el que probablemente sea el primer experimento de transferencia de plasma inmune de humano a humano en la historia de la Medicina. Considerando que su propio suero debía contener “propiedades inmunizantes”, en el mes de julio de 1892, se provocó una ampolla aséptica en el brazo izquierdo para obtener suero que inyectó al paciente en el sexto día de la enfermedad; atribuyó parte de la mejoría a esa arriesgada medida.
Otros dos ensayos fracasaron y pensó que ello se debía a la administración tardía del suero, por lo que decidió emplearlo solo como medida preventiva: entre noviembre de 1893 y mediados de 1895, ninguno de los 13 soldados españoles que inoculó sufrió de fiebre amarilla, a diferencia de sus compañeros de barraca. Cabe destacar dos curiosidades: Finlay consideraba más eficaz el uso de suero obtenido de ampollas provocadas (“serosidad de vejigatorio”) que el derivado de la sangre, y en ningún caso registró reacciones adversas.
Para obtener una opinión autorizada, Finlay escribió nada menos que al doctor Émile Roux, quien, en carta de respuesta desde el Instituto Pasteur, fechada el 1 de diciembre de 1894, reconoció la validez de las ideas del cubano, a quien trata de “honorable colega” y deseó ser informado de los resultados de sus ensayos. En la respuesta de Roux, incluida en un artículo de Finlay, puede apreciarse que todos los elementos aportados por el renombrado investigador francés provienen de experimentos en animales: “En los animales inmunizados contra el tétanos y la difteria la serosidad del edema y de los vejigatorios tienen las mismas propiedades que el suero. El señor Vaillard ha realizado sobre el tema algunas experiencias muy convincentes con animales inmunizados contra el tétanos”. Por tanto, de las palabras de Roux puede interpretarse que Finlay fue el primero en usar suero de humanos y en ensayarlo en la fiebre amarilla. Más que eso, el cubano recomendó vehementemente el empleo de la inmunidad adquirida de los pacientes recuperados de la fiebre amarilla, para proteger a las personas de las infecciones primaria y secundaria por ese virus.
En Cuba se realizaron otras experiencias en la seroterapia de enfermedades infecciosas, sobre todo a partir de la inauguración del Laboratorio Histobacteriológico y de Vacunación antirrábica, en 1887, precisamente con médicos entrenados en el Instituto Pasteur. Serían los primeros ensayos de su tipo en América Latina y sus resultados fueron excelentes, pero, al igual que lo realizado en Europa, empleaban suero obtenido de animales. Por muchos años, Finlay mantuvo la primicia del uso del hemoderivado de origen humano para la prevención y el tratamiento de infecciones en el hombre. Tal mérito ha sido poco reconocido y es otro motivo de perenne homenaje a la brillantez de sus aportes científicos.
Con información tomada de:
Serrano-Barrera OR. Historia de la inmunología en Cuba de 1850 hasta mediados del siglo XX. Revista Cubana de Hematología, Inmunología y Hemoterapia. 2017;33(2).
Serrano-Barrera OR, Bello-Rodríguez MM. Plasma humano de convalecientes, ahora un tratamiento para la COVID-19, tuvo su origen en Cuba. Revista Electrónica Dr. Zoilo E. Marinello Vidaurreta. 2020;45(4).
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