Las emociones positivas ayudan a mejorar la salud y el bienestar. Además, cuando el médico posee una inteligencia emocional y una actitud positiva se refleja en la realización de diagnósticos más certeros y en una mejora de la adherencia al tratamiento de los pacientes.
Desde una perspectiva biopsicosocial, la salud no se entiende única y exclusivamente como ausencia de enfermedad, sino como un estado de bienestar global. Y bajo esta premisa, las emociones positivas aparecen y tienen un impacto directo e indirecto para conseguir que la salud y el bienestar de las personas sean lo mejores posibles, según ha explicado a DM Mariano Chóliz, profesor titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia y director del curso Emociones positivas: el arte (y la ciencia) de disfrutar de la vida, organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) en Valencia.
«Las emociones positivas están directamente relacionadas con la respuesta al estrés, que se ha demostrado que tiene una importante conexión con la enfermedad. Además, reducen el impacto de las emociones negativas, también vinculadas directamente con enfermedades como las cardiovasculares o la depresión». Asimismo, las emociones positivas favorecen tanto las estrategias de enfrentamiento a situaciones de adversidad como las conductas saludables, dos situaciones con repercusiones en la salud y en el bienestar de las personas.
Chóliz ha señalado que, «dado que la enfermedad no solamente es una reacción fisiológica sino también afectiva y conductual, la propia forma que tengamos de enfrentarnos a ella puede hacer que evolucione más o menos rápidamente, que se agrave, etc». En este escenario «las emociones positivas permiten que haya objetivos, proyectos e incluso expectativas y esperanza y, además, potencian y facilitan la propia adherencia al tratamiento. Por contra, las emociones negativas (miedo, ira, tristeza…) generan sentimientos de huida, escape, confrontación o abatimiento».
«Esas emociones positivas favorecen la realización de conductas activas de promoción de la salud, que también logran que los tratamientos médicos sean más eficaces».
Pablo Fernández Berrocal, catedrático de la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga, ha hablado del impacto que las emociones positivas y la inteligencia emocional tienen en el desempeño de la labor de los profesionales sanitarios y, en concreto, de los médicos. Inteligencia emocional.
«Está estudiado que los médicos con más inteligencia emocional y emocionalidad positiva cometen menos errores y hacen diagnósticos más acertados», en contraposición con un profesional enfadado o deprimido.
Como ejemplo, Fernández ha explicado que un estudio en Estados Unidos revela que un 20% de los residentes presentan depresión media o alta, lo que se traduce en muchos más errores cuando hacen diagnósticos o recetan, y ha añadido que «esta situación supone un terrible riesgo sanitario, pero también desde el punto de vista de gasto extra y de denuncias. Así, aunque el nivel de presión y competitividad en España es alto, posiblemente sea menor que en Estados Unidos y, por tanto, nuestros datos de impacto serían algo inferiores. No obstante, sería un estudio muy interesante».
Asimismo, existen diversos estudios que muestran que «los médicos que tienen más habilidades emocionales tienen un menor cansancio emocional y menos despersonalización y problemas de salud y depresión», un aspecto especialmente importante si se tiene en cuenta, entre otras cuestiones, que la depresión será la primera causa de baja laboral en el 2025.
Además, los médicos con más emocionalidad positiva y alta inteligencia emocional «logran que sus pacientes tengan más adherencia al tratamiento». Esto es debido, en su opinión, «a que se genera entre ellos, como dicen los americanos, unos niveles de mayor confianza en la verdad».
«En definitiva, si me creo lo que me dice mi médico, es más probable que lo cumpla. Por ejemplo, si dos médicos -uno fumador y otro no- tienen que transmitir un protocolo para dejar de fumar a sus pacientes, está comprobado que el porcentaje de que lo sigue es muchísimo menor cuando lo transmite el que fuma».
Desde una perspectiva más amplia, Fernández Berrocal también es partidario de ampliar y mejorar la educación emocional y social de los médicos, una iniciativa o visión que está llegando a nuestro país desde Estados Unidos. «En la Facultad de Yale, dentro de la formación de los residentes es obligatoria la realización de cursos de comunicación no verbal, de empatía. De hecho, hay estudios de seguimiento a profesionales sanitarios a largo plazo -diez años-, que confirman que aquéllos con menos habilidades de comunicación con sus pacientes reciben un mayor numero de denuncias. Y analizando los motivos, se ve que no es porque cometieran más errores, sino que los pacientes llegaban a la denuncia cuando no tenían confianza o no habían establecido con ellos una buena comunicación».
mayo 17/2011 (Diario Médico)
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