Aunque lleva acompañando al ser humano desde el principio de los tiempos, la leche materna no se ha estudiado demasiado hasta la fecha. Así se explica en un artículo publicado recientemente en la revista Science que, bajo el título, La primera comida funcional de la naturaleza, despliega todas las virtudes de este alimento, que van mucho más allá de la nutrición del bebé.
Según Ardythe Morrow, epidemiólogo del Cincinnati Children’s Hospital de Ohio, durante el último medio siglo se ha ignorado el estudio de la leche materna por considerarse algo «no moderno». Ahora, sin embargo, las tornas han cambiado y este «producto» se ha convertido en un área de interés para la ciencia.
Según este experto, este resurgimiento tiene una explicación: durante mucho tiempo se ha sabido que la leche materna es abundante es oligosacáridos, carbohidratos complejos que, teóricamente, los humanos no pueden digerir pero en los que las bacterias ‘buenas’ sobreviven y prosperan. Hace 50 años, cuando estos oligosacáridos se descubrieron, no existía la tecnología necesaria para conocer su estructura y determinar su efecto en lo que hoy se conoce como el microbioma del intestino del bebé. Incapaces de progresar en el conocimiento de este asunto, los científicos -siempre según el artículo- perdieron interés en la posible conexión entre leche y microbios. Las cosas han cambiado recientemente, tanto por los avances en química analítica como por el creciente interés en la fauna microbiana presente en el organismo humano, así como por el movimiento que ha popularizado la lactancia materna, cuyos beneficios son resaltados hasta por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Así, en el artículo se explica que estas conexiones se están investigando con entusiasmo otra vez. Algunos investigadores se han centrado en hacer un mejor uso del microbioma impulsado por la leche, mientras que otros han documentado como la leche materna va más allá de alimentar al recién nacido y su flora bacteriana «buena». La leche materna, sostienen, contiene también toda otra serie de componentes que reducen los patógenos, impulsan un sistema inmunológico robusto y llevan a cabo otras funciones.
De hecho, en los últimos tiempos se han descubierto que las madres traspasan a sus hijos enzimas inactivas que, una vez en el intestino del bebé, fomentan la presencia de moléculas bioactivas de otras proteínas presentes en la leche. «La leche es un fluido genial que ha sido escandalosamente infraestudiado», afirma David Mills, de la University of California en Davis. «Si podemos identificar los componentes de la leche materna humana que son importantes, podremos entender la «inteligencia» de este producto y descifrar todas sus ventajas».
A primera vista, la leche materna es toda una mezcla de grasas, proteínas y azúcares. Pero también tiene células del sistema inmune, como macrófagos, células madre aptas para la regeneración y entre cientos y miles de moléculas bioactivas. La leche «no consiste sobre todo en nutrición, más bien en protección inmunológica», subraya Morrow en el texto.
En realidad, es algo de lo que se empezó a sospechar hace nada menos que 130 años, cuando se vio que los niños amamantados naturalmente sobrevivían más que los que tomaban leche en biberón. En esa tesis se avanzó hasta que, en la década de 1950, dos premios Nobel -Richard Kuhn y Paul György, demostraron que esto se debía a los oligosacáridos que promovían el crecimiento de unos microbios llamados bifidocacterias. Y es ahí cuando las investigaciones dejaron de avanzar. Hasta casi cinco décadas después.
Fue en 2006 cuando el químico de los alimentos Bruce German, también de la UC Davis, volvió a mostrar interés por las conexiones entre la leche materna y el microbioma. Y fue también entonces cuando la tecnología acompañó al avance de la ciencia, ya que fue la espectometría de masas y alguna otra técnica sofisticada la que ayudó a identificar estos oligosacáridos exclusivos de la leche materna.
Sin embargo, en ese primer intento solo una bacteria se logró aislar, la Bifidobacterium longum biovar infantis. Un año después, tras su secuenciación, el equipo de Mills demostró que la bacteria llevaba los genes necesarios para que los oligosacáridos de la leche pudieran digerirse.
El conocimiento en torno a esta bacteria sigue avanzando. Y los científicos quieren que se use no solo para conocer mejor a la leche materna, sino también para prevenir una enfermedad que afecta a los prematuros, la enterocolitis necrotizante. Se especula con la posibilidad de que el microbioma de los bebés nacidos antes de tiempo no sea tan «amable» con los oligosacáridos y genere una sobrerreacción inflamatoria que haga que el cuerpo no los pueda tolerar. Quizás la introducción de la bacteria de forma suplementaria podría ayudar a que esto no ocurriera.
Los científicos no son los únicos que han vuelto con fuerza a poner sus ojos en el estudio de la leche materna. También lo han hecho las empresas que fabrican leche de fórmula. «La primera compañía que consiga introducir un oligosacárido en su producto, marcará la diferencia», explica el nutricionista Lars Bode, de la UC San Diego.
Este auge de la investigación, concluye el artículo, pone de manifiesto lo que ya es indudable: la complejidad y los poderes de la leche que cada madre fabrica de forma natural para sus recién nacidos. «La evolución ha creado el alimento funcional más poderoso. Ahora solo nos falta entenderlo», concluye Mills.
Fuente: ElMundo.es
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