Las bacterias que pueblan el intestino son una especie de «huella dactilar» de cada individuo. El equilibrio roto entre baterias «indígenas» y el hombre puede influir en diversas patologías.
Ötzi, la momia (3.350-3.100 A.C.) hallada entre los hielos de los Alpes, es un filón cuyo límite de explotación científica parece no tener fin. Incluso la composición del ADN de su microbiota constituye objeto de estudio. Esas muestras, junto con las de un soldado congelado en 1918 en un glaciar, han servido para trazar la variación ecológica de las bacterias de nuestro intestino. A los datos aportados por las momias se sumaron los de coprolitos (fósiles fecales) de diferentes yacimientos arqueológicos americanos, todos datados con más de mil años. La conclusión principal alcanzada por investigadores de la Universidad de Oklahoma, y que aparece en PLoS ONE, es que en los últimos cien años se ha producido el mayor cambio en la microbiota de los residentes en ciudades. De hecho, la composición bacteriana del intestino de nuestros antepasados remotos es más similar al de personas de sociedades no desarrolladas industrialmente, que la de urbanitas y occidentales, en general. La perspectiva histórica apoya así una sospecha sobre cuya pista ya estaban los especialistas: la relación del hombre con sus bacterias ha cambiado, fruto de los nuevos hábitos en la alimentación y estilo de vida (mayor asepsia y antibioterapia).
La vía sexual
¿Es bueno que estas bacterias indígenas cambien? La vinculación entre microbiota y salud, comprobada en patologías como la enfermedad inflamatoria intestinal y el síndrome de Crohn, sugiere que una transformación en la flora intestinal tiene efecto.
Esta semana la revista Science conecta la microbiota con la enfermedad autoinmune a través de las hormonas sexuales. En un curioso trabajo coordinado por Jayne S. Danska, de la Universidad de Toronto (Canadá), se expone en modelo murino que un efecto protector de la testosterona explicaría por qué las enfermedes autoinmunes (diabetes tipo 1, artritis reumatoide, esclerosis múltiple o EM) son más frecuentes en mujeres. Al trasplantar la microbiota de ratones machos a hembras con riesgo genético de diabetes tipo 1 comprobaron con sorpresa que resultaban protegidas. Así, la microbiota podría constituir un objetivo en la prevención de la patología autoinmune. Menos conocida es la asociación entre microbiota y diabetes tipo 2 (DM2) e incluso aterosclerosis e ictus. La investigación de Oluf Borbye Pedersen, de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), sobre la flora intestinal de 345 individuos (171 con DM2) reveló en Nature un desequilibrio en la composición de las bacterias en la DM2. Se estudia ahora el trasplante de microbiota de pacientes a ratones para examinar si la conexión es o no causal. Igualmente, otro grupo científico de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), sugiere, en Nature Communications, que los cambios en el metagenoma intestinal se reflejan en más riesgo de aterosclerosis e ictus. La clave podría estar en los carotenoides, un antioxidante cardioprotector que producen de forma natural algunos tipos de las bacterias de la flora, explica el autor principal, Jens Nielsen.
Ida y vuelta
La composición genética de las bacterias autóctonas se investiga al detalle en proyectos como el euroasiático MetaHIT (Metagenómica del Tracto Intestinal Humano) y el del Microbioma Humano (HMP). No obstante, el camino podría recorrerse a la inversa, pues los genes humanos parecen condicionar a la población bacteriana. Una variación en el gen IRGM, como se apunta en un trabajo en Gut encabezado por Mauro D’Amato, del Instituto Karolinska de Estocolmo (Suecia), hallada en pacientes con Crohn, parece determinar un predominio anómalo de las bacterias Prevotella en la comunidad de la flora sobre el de Bacteroides.
El caso de la «extinción» de «H. pylori«
Helicobacter pylori, un viejo conocido del hombre -este huésped de la muscosa estomacal se encuentra en la mitad de la población mundial-, se asocia a úlcera y cáncer de estómago; de ahí el desarrollo de tratamientos para eliminarlo. Sin embargo, la erradicación de la bacteria podría traer un efecto no deseado, como es el aumento del riesgo de ictus. Así lo sugiere un trabajo en Gut, dirigido por Martin J. Blaser, de la Universidad de Nueva York, tras estudiar la influencia de la infección por la cepa cagA, la más virulenta de H. pylori, en 9895 individuos de la cohorte Nhanes.
Tomado de Diario Médico.
Markle JG, Frank DN, Mortin-Toth S, Robertson CE, Feazel LM, Rolle-Kampczyk U. Sex Differences in the Gut Microbiome Drive Hormone-Dependent Regulation of Autoimmunity. Science. 2013 Ene 17
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