02/04/2025
Maestro de los esbozos que susurran promesas, tú, que desplegaste el atlas donde la vida es verbo antes de ser carne;
nos enseñaste a leer en el braille de las blastómeras, a descifrar el destino escrito en los pliegues ectodérmicos, a venerar la geometría sagrada de un tubo neural cerrándose.
Tu pizarra era un vientre de tiza y asombro:
ahí, donde el mesodermo tejía su danza de somitas,
y la cresta neural —esa fuga de células rebeldes—
se volvía sistema nervioso, piel, o el dolor de un neuroblastoma.
Nos dijiste que cada órgano tiene su hora exacta:
«El que no comprende el reloj de la organogénesis, confundirá milagros con malformaciones».
En tu reino de cortes transversales y alantoides, donde la falta de desarrollo se llama «agenesia», la muerte “apoptosis”
y la esperanza «inducción molecular»,
nos volviste testigos del primer latido
—aquel que ocurre en silencio, cuando el saco vitelino aún es cuna y el corazón, solo un tubo tembloroso—.
Nos mostraste que nacer no es un evento,
sino un protocolo de 42 semanas de precisión brutal y exactitud descomunal:
«Un error en la migración celular hoy,
será una cirugía de labio leporino mañana».
Tus manos, frías como pingüino rey,
trazaban rutas en embriones de plastilina:
—El intestino que gira como danza cósmica, los arcos faríngeos que esculpen futuro en branquias de pez, el diafragma que nace de membranas olvidadas—.
Nos endureciste con exámenes de placentas dibujadas a ciegas,
nos ablandaste con la poesía de lo minúsculo:
«Esto que ven no es embrión: es un universo donde el hígado nace de un suspiro endodérmico y el riñón prueba tres diseños antes de quedarse listo».
¿Cuántas madrugadas te vimos diseccionando el tiempo,
explicando que la vida no es línea, sino espiral?
—Semana 4: un surco neural que es Valle de los Caídos,
Semana 8: manos que son remos y ya sueñan con violines,
Semana 20: un cerebro que dibuja circunvoluciones
como si el pensamiento anticipara su existencia—.
Nos hablaste de apoptosis como de versos borrados:
«La muerte construye tanto como la mitosis; sin dedos que se esfumen… seguiríamos siendo aletas».
Hoy, cuando en la sala de partos un recién nacido llora, o cuando en la UCI neonatal luchamos contra una fístula traqueoesofágica, tus lecciones resuenan en nuestro tacto:
—Buscamos el meconio que delata obstrucciones, rastreamos cromosomas en el pliegue de un epicanto,
adivinamos displasias en el arco de una costilla—.
Aprendimos que la embriología no es pasado: es el manual de instrucciones de cada cuerpo que salvaremos a futuro.
Eras el narrador de nuestra prehistoria personal, el que nos reveló que fuimos todos, en algún momento,
un saco de células con cola y arcos branquiales.
Nos diste la humildad del que sabe
que un quiste de duplicación intestinal
es solo un capítulo olvidado del desarrollo,
y que cada quiste dermoide guarda
los restos de un gemelo que nunca existió.
Si la Anatomía nos mostró el mapa
y la Bioquímica los motores ocultos,
tú nos enseñaste cómo se forja el territorio.
Por eso hoy, con ecografías manchadas de gel y fetoscopios que escuchan futuros inciertos, te gritamos en el lenguaje que nos legaste:
«Gracias por hacernos arqueólogos de lo no nacido, por probar que memorizar los derivados de la cresta neural
era entrenarnos para salvar a un niño de un mielomeningocele.
Gracias por tu furia contra los que llaman ‘defectos’ a los capítulos rotos de este poema épico, por recordarnos que un médico sin embriología
es un mecánico que desconoce los planos de la fábrica».
Profesor de los umbrales invisibles:
tu legado no está en los títulos de crédito,
sino en el genetista que descifra un síndrome raro tras ver un puente nasal plano en una foto, en el cirujano que repara una onfalocele sabiendo que el intestino volverá a su danza giratoria, en cada uno de nosotros que, al palpar un abdomen,
no toca vísceras… *reconstruye génesis*.
Cuando el gremio olvide que fuimos todos algún día un cúmulo de células buscando su forma definitiva, tus enseñanzas seguirán vivas:
en cada consejo genético, en cada síndrome dismórfico diagnosticado a tiempo, en cada médico que aún tiembla
al entender que recetar ácido fólico
es escribir prólogos para milagros futuros.
GalenoSapiens
(Médico que lleva un mapa de arcos branquiales tatuado en el estetoscopio)
Al Profesor de Embriología.
por GalenoSapiens, en nombre de los que nacimos dos veces: del útero y de sus aulas
Sirva de homenaje a todos los profesores de embriología
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