Tomado de la compilación Viñetas de la historia de la Cirugía Pediátrica, de Don K. Nakayama, publicado en el Journal of Pediatric Surgery, Volumen 55, Suplemento, páginas 1-37.
La mayoría de los libros de texto de cirugía pediátrica incluyen un párrafo o dos acerca de cómo abordar al niño con una enfermedad quirúrgica. Aunque parecería que cualquier persona relacionada con la atención pediátrica atendería un niño enfermo con gentileza, cada autor tiene una visión única que refleja cómo la profesión consideraba los pacientes pediátricos durante su época, así como un poco de su propia personalidad.
Los primeros libros acerca de la cirugía en niños a mediados del siglo XIX enfatizaban la necesidad de una enfermera amable que tratara los miedos y preocupaciones de un niño enfermo. En 1869, Timothy Holmes escribió: «Los niños pequeños necesitan la atención constante de una enfermera paciente y gentil durante los primeros días luego de una gran cirugía». En el primer libro de cirugía pediátrica publicado en idioma inglés en 1860, J. Cooper Foster opinó acerca de las características de tal cuidadora: «Una enfermera que sea apta para llevar a cabo el cuidado de los niños», escribió, «casi debe haber nacido enfermera, tanto así debe depender de un tacto y comprensión instintivos, para con la forma de ser de los pequeños.»
Ningún texto hacía referencia específicamente a la forma en que el cirujano debía atender al niño enfermo. Paul Louis Benoit Guersant, cirujano de L’Hôpital des Enfants-Malades en París, a mediados del siglo XIX, no consideraba necesario preparar al niño para la cirugía:
Aquellos de edad suficiente para razonar deben ser llevados a la cirugía explicándoles su necesidad, y debe hacérseles entender que si sufrirán dolor, es con el objetivo de curarlos. Pero la mayoría de los niños deben operarse por sorpresa. En cada caso es indispensable que el cirujano se rodee de asistentes capaces de ejercer una sujeción firme al paciente, y de demostrar una fuerza proporcional a la fuerza del niño.
Ante la necesidad de aguantar un niño a la fuerza, después del cambio de siglo, los autores empezaron a considerar cómo atender mejor al infante que necesitara una operación. Charles West, el fundador del Hospital for Sick Children en Great Ormond Street, se dio cuenta de que los pequeños que aún no eran capaces de hablar, tenían un lenguaje de señas que revelaban solo a quienes consideraran como amigos. Edmund Owens, en su libro de 1885 sobre las enfermedades quirúrgicas de los niños, recomendó que el cirujano debía ganarse la confianza del niño antes de realizar el examen físico. En 1909, Samuel Kelley escribió acerca de las cualidades del cirujano infantil:
Debe poseer un eminente grado de simpatía, tacto, paciencia, firmeza, y gentileza al lidiar con sus pequeños pacientes. Sus capacidades de observación y razonamiento deben ser los más agudos, pues a menudo todo depende de los signos y síntomas objetivos, sin que el paciente colabore.
De Forest Willard escribió en 1910: «El cirujano debe tener un amor innato por los niños que al mismo tiempo les inspire confianza y les ahuyente el miedo.»
William Ladd y Robert Gross en su libro de referencia de 1941 sobre la cirugía abdominal en la infancia, no abordaron el tema de cómo un cirujano debía tratar al paciente pediátrico. Gross, en su actualización de 1953, escribió sobre la necesidad de hablarle directamente al niño, pero con eufemismos como «arreglar», o «mejorar». Evitaba términos directos como «gas» (anestésico), y «operación», pensando que eran demasiado duros para la sensibilidad de los pequeños. Gross era efusivo al alabar cierto residente que cuidaba con cariño a sus pacientes. «Afortunado el equipo que pueda atraer individuos de un carácter así», escribió. Un cirujano especuló recientemente que Gross se refería a H. William Scott, quien pasó tres años como su residente antes de dedicarse a la cirugía general como jefe de departamento de cirugía y cirujano en jefe del Centro Médico Universitario Vanderbilt.
Willis Potts (en la foto) tenía un estilo de redacción particularmente poético, el cual reflejaba igualmente su amable personalidad. Lo que escribió en su texto de 1960 se convirtió en una frase tradicional de la cirugía pediátrica:
A veces parece que el lactante y el niño han sido olvidados – no por el médico o el pediatra, sino por el cirujano… El lactante, sin más lenguaje que el llanto… El niño, sin más palabras para expresar su deseo de estar bien y normal, pide que dispongamos para ellos de los beneficios del creciente conocimiento de sus enfermedades quirúrgicas.
Así, uno de los íconos de nuestro campo escribió uno de los epigramas icónicos de la cirugía pediátrica. «Sin más lenguaje que el llanto», es un recordatorio de que el paciente tiene un medio humano de comunicación que expresa angustia, así como una petición de ayuda. Depende del cirujano interpretarlo y proporcionar el remedio apropiado.
Traducción del editor. Vea texto completo con referencias bibliográficas en el enlace.
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