Tomado de BBC Mundo, artículo de Caitjan Gainty. Título original «Revirtiendo la muerte: la fascinante historia de cómo han evolucionado las técnicas de reanimación cardiopulmonar».
La mayoría de nosotros probablemente hayamos visto más de una vez en series o filmes la técnica que se usa para resucitar a una persona.
Y ciertamente, la historia temprana de la reanimación cardiopulmonar (RCP), también fue, en muchos sentidos, un tema de película y drama. El 1 de junio de 1782, por ejemplo, un periódico de Filadelfia publicó la noticia del último milagro de la reanimación: un niño de 5 años había vuelto a la vida después de ahogarse en el río Delaware. El pequeño Rowland Oliver estaba jugando en uno de los ajetreados muelles que la industrialización había traído a sus orillas cuando cayó al agua.
Luchó durante diez minutos y luego quedó flácido. Finalmente, un trabajador lo sacó y lo llevó a casa.
Según el periódico, los padres estaban convencidos de que solo estaba muerto en apariencia, lo que les dio energía para actuar. «Le quitaron toda la ropa inmediatamente, lo abofetearon» y «lo frotaron con paños de lana empapados en alcohol».
El médico que llegó poco después hizo más de lo mismo.
También sumergieron sus pies en agua caliente y le introdujeron una sustancia emética en la garganta.
Después de unos 20 minutos, el niño volvió a la vida. Con un poco de sangrado se aliviaron las secuelas, y Rowland pronto volvió a ser el niño juguetón de siempre.
Sociedades humanitarias
Este relato fue sólo uno de los muchos sobre resucitación exitosa que publicaron las sociedades humanitarias recién creadas de la época.
Estas sociedades se originaron a mediados del siglo XVIII en Ámsterdam, donde un número creciente de personas se ahogaba en los canales de la ciudad, y buscaban educar al público de que la muerte, al menos por ahogamiento, no era absoluta, y que los transeúntes tenían el poder de evitar que los aparentemente muertos se unieran a los realmente muertos.
En Filadelfia, la resurrección de Rowland dio crédito a estas ideas, inspirando a la sociedad humanitaria local a instalar a lo largo de los ríos de la ciudad equipos que contenían medicinas, herramientas e instrucciones para revivir a los ahogados.
Los métodos cambiaron con el tiempo y ya bien entrado el siglo XIX se entendió que los esfuerzos de reanimación requerían la estimulación del cuerpo para que volviera a la acción mecánica.
Por eso se recomendaba calentar a la víctima e intentar la respiración artificial.
También era importante la estimulación interna, generalmente a través de la introducción de ron o algún brebaje estimulante en el estómago.
Probablemente una de las técnicas más originales fue la «fumigación» del colon con humo de tabaco de una víctima ahogada.
Sí: los buenos esfuerzos de reanimación exigían soplar humo por el ano de una persona aparentemente muerta.
Un nuevo lugar de estimulación
Así como los ahogamientos se multiplicaron en el siglo XVIII debido al aumento del uso industrial de las vías fluviales, el siglo XX trajo otros peligros potencialmente fatales.
El advenimiento de la electricidad -y las líneas eléctricas- y la maquinaria de uso personal, como los automóviles, agregaron la electrocución y el envenenamiento por gas a las causas de la aparente muerte.
Los métodos de reanimación también cambiaron. Los esfuerzos se centraron ahora cada vez más en estimular el corazón.
Esto podía implicar la manipulación de un cadáver aparentemente muerto en una variedad de posiciones.
Las compresiones torácicas y las técnicas de respiración artificial también se volvieron cada vez más comunes.
Pero aunque los procedimientos eran otros, la reanimación mantuvo su inclinación democrática: casi cualquier persona podría realizarla. Dentro de determinadas circunstancias, claro.
Pero a mediados del siglo XX, la reanimación comenzó a profesionalizarse y su aplicación se fue redujendo cada vez más al ámbito de médicos.
Hubo muchas razones para este cambio, pero un evento crítico fue el reconocimiento de un nuevo conjunto de causas de muerte aparente: los accidentes de cirugía.
En su explicación de sus intentos de hacer una nueva versión de la reanimación, el cirujano estadounidense Claude Beck invocaba con frecuencia una historia de su formación a finales de la década de 1910.
En aquel entonces, recordó, si el corazón de un paciente se detenía en la mesa de operaciones, los cirujanos no podían hacer nada más que llamar a los bomberos y esperar a que entregaran un «pulmotor», el precursor de los respiradores artificiales que hoy son familiares.
De repente, parecía que todos, excepto los médicos, podían realizar la reanimación.
Al encontrar esto inaceptable, Beck se unió a la búsqueda para encontrar un método de reanimación adecuado para los peligros particulares de la cirugía.
Las nuevas técnicas con las que él y otros cirujanos experimentaron todavía se basaban en la estimulación.
Pero dependían del acceso al interior del cuerpo, que el cirujano tenía más o menos exclusivamente. Aplicar electricidad directamente al corazón (desfibrilación) fue un método. Llegar al pecho y masajear el corazón manualmente era otra.
Beck vio sus primeros éxitos en el quirófano como una promesa más extendida de sus técnicas.
En consecuencia, amplió su definición de quién podría ser resucitado. Añadió a la categoría relativamente limitada de «aparentemente muertos», a todos los que no estaban «absoluta e incuestionablemente muertos».
Beck hizo películas que atestiguan sus éxitos.
Una, «El Coro de los Muertos», presentaba a las primeras 11 personas a las que había resucitado paradas torpemente juntas, mientras él – discordantemente jovial- le preguntaba a cada uno: «¿De qué moriste?»
También hizo intentos por democratizar sus hallazgos.
Imaginó un mundo donde aquellos entrenados en sus métodos llevarían con ellos un bisturí, siempre listos para abrir un pecho para masajear un corazón y volverlo a poner en acción.
Preocupados por el espectro de los cirujanos civiles y deseosos de mantener su monopolio profesional sobre el interior del cuerpo, la comunidad médica se rebeló.
Sólo con la llegada de la técnica de compresión torácica cerrada, varios años después, se restauró el imprimátur democrático de la reanimación.
La visión de Beck de la muerte como algo generalmente reversible se estancó cuando un estudio médico histórico declaró que la «tasa de supervivencia permanente general» de la reanimación era del 70%.
Y aunque investigaciones posteriores corrigieron este hallazgo excesivamente optimista, la reputación de la reanimación como ampliamente aplicable y tremendamente exitosa ya estaba asegurada.
Informes recientes sugieren que esta es una reputación que conserva hasta el día de hoy.
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