ictus

Los pacientes con sobrepeso u obesidad tienen mayor probabilidad de sobrevivir y de padecer menos discapacidades tras sufrir un derrame cerebral que aquellos con un peso ideal, revela un estudio difundido por la clínica universitaria berlinesa de la Charité.
Ciertamente, el riesgo de padecer un primer accidente cerebrovascular es mayor para las personas con sobrepeso que para las de peso normal, es decir, aquellas con un índice de masa corporal entre 18,5 y 25, según los criterios de la Organización Mundial de la Salud.
No obstante, el riesgo de tener un nuevo derrame no aumenta en ningún caso en los pacientes obesos que ya han sufrido anteriormente un ictus cerebral, señala el estudio, publicado en la revista European Heart Journa (doi: 10.1093/eurheartj/ehs340).
Según Wolfram Doehner, del Centro para la Investigación del Ictus de Berlín, en la Charité, y principal autor del estudio, «las conclusiones son nuevas para los pacientes con un derrame cerebral».
«Las líneas de tratamiento para accidentes cerebrovasculares en Alemania, Europa y Estados Unidos recomiendan hasta el momento bajar de peso después de un primer derrame, siempre y cuando se de el caso de sobrepeso u obesidad», señaló.
No obstante, «estas recomendaciones se basan en opiniones de expertos sustentadas únicamente en conclusiones extraídas de la prevención primaria, ya que hasta el momento se carece de datos reales» al respecto, agregó.
Según el estudio, en el que se analizaron los datos de 1521 pacientes de un trabajo de investigación realizado por varios centros entre 2003 y 2005, las personas de bajo peso son las más afectadas tras un accidente cerebrovascular.
Mientras el riesgo de morir de un ictus cerebral es un 14 % menor en personas con sobrepeso que en aquellas con un supuesto peso ideal, en el caso de pacientes obesos es incluso entre un 24 y 45 % inferior.
Las conclusiones que se pueden extraer de este trabajo de investigación «contradicen nuestro mantra repetido una y otra vez de la delgadez como garante universal para la salud», señaló Doehner.
Matizó, no obstante, que «en el caso de pacientes con enfermedades preexistentes, la gestión del peso debe ser evaluada de otra manera».
Esta relación aparentemente contradictoria, conocido como «paradoja de la obesidad» («Obesity Paradox») ya se había observado anteriormente en otras enfermedades crónicas, como la insuficiencia cardíaca.
Este nuevo estudio revela por primera vez que esta «paradoja de la obesidad» es válida también en el caso de accidentes cerebrovasculares.
enero 3/2013  (EFE).-
Tomado del boletín de selección temática de Prensa Latina: Copyright 2011 «Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina S.A.»
Wolfram Doehner, Johannes Schenke, Stefan D. Anker, Jochen Springer,  Heinrich J. Audebert. Overweight and obesity are associated with improved survival, functional outcome, and stroke recurrence after acute stroke or transient ischaemic attack: observations from the TEMPiS trial. Eur Heart J. Oct 16, 2012

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Investigadores del Vall d`Hebron Institut de Recerca (VHIR) han identificado un biomarcador con aplicaciones relacionadas con la predicción del riesgo a sufrir un ictus, su respuesta al tratamiento, el pronóstico y la recurrencia.
El trabajo confirma la utilidad de la fosfolipasa A como nuevo marcador biológico de esta enfermedad cerebrovascular, tras constatar que los cambios en las concentraciones del marcador indican la posibilidad de sufrir otro episodio.
El estudio determina, por ejemplo, la relación entre elevados niveles de este biomarcador y la presencia de placas arterioscleróticas intracraneales, a menudo inestables y que pueden provocar un ictus, ha explicado el jefe de este grupo del VHIR, Joan Montaner.
junio 27/2012 (JANO)

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Los depósitos de calcio y lípidos en la base del corazón estarían asociados con los infartos cerebrales silentes, independientemente de los factores de riesgo del accidente cerebrovascular (ACV). «Es posible que estos ACV sean tan pequeños que no causen síntomas, pero eso no quiere decir que no tengan importancia. Están asociados con la demencia y el ACV clínico», dijo el autor principal de un nuevo estudio, doctor Carlos J. Rodríguez, de la Escuela de Medicina de la Wake Forest University, en Estados Unidos. Los resultados, publicados en la edición reciente de journal of the American Collage of Cardiology, no pudieron probar que esas calcificaciones anulares y valvulares del lado izquierdo causen ACV. Pero los autores opinan que orientan la necesidad de seguir investigando. El equipo de Rodríguez analizó datos de 2680 hombres y mujeres mayores de 65 años participantes del llamado «Estudio de Salud Cardiovascular». Los sujetos no tenían antecedentes de ACV isquémico transitorio y a cada uno se le había realizado una resonancia magnética por imágenes en 1992/1993 y un ecocardiograma en 1994/1995. En promedio, el 27% había tenido un ACV silente: el 28% del grupo con calcificación anular o valvular y el 21% del grupo sin calcificaciones. Tras considerar varios factores de riesgo del ACV (edad, sexo, índice de masa corporal, colesterol, tabaquismo, enfermedad coronaria y diabetes), el equipo detectó un 24% más riesgo de tener un ACV silente en aquellas personas con una calcificación anular o valvular detectable. «Eso significa que la relación entre la calcificación y el ACV silente es real», dijo Rodríguez. La asociación, explicó, es biológicamente viable. Se creía que las calcificaciones podrían inducir la formación de coágulos sanguíneos. Aún así, el equipo reconoce ciertas limitaciones del estudio, como el diseño transversal, que no permite concluir que la prevención de las calcificaciones evitaría los ACV. «Pero los resultados sí demuestran que es un factor importante que estaba subestimado. Los médicos ven esas calcificaciones en muchos pacientes, en especial los adultos mayores. Y siempre se pensó que no tenían consecuencias», dijo Rodríguez. El autor finalizó: «Se necesita seguir investigando (…) Este es un punto de partida».
Nueva York (Reuters Health).

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