Un estudio muestra asociación entre el consumo de cuatro o más porciones de este tubérculo con el aumento de la presión arterial alta. Hervidas, al horno, en puré o fritas. Sea cual sea su preparación, el consumo de las papas, uno de los alimentos más presentes en las mesas de todo el mundo, mejor con mesura. De lo contrario, y atendiendo a una nueva investigación que acaba de publicar la revista British Medical Journal, el riesgo de hipertensión aumenta.
Hasta la fecha, “no se había estudiado dicha asociación”, señala Lea Borgi, uno de los autores de este trabajo y médico del Hospital Brigham de Mujeres (BWH, en inglés). En total, se han analizado los datos de más de 187.000 hombres y mujeres que estaban incluidos en tres estudios de EEUU (dos sobre la salud de las enfermeras y otro sobre la de los profesionales sanitarios), en un periodo de 20 años.
Tras examinar los resultados de las encuestas realizadas y de los historiales clínicos, los investigadores, de BWH y también de la escuela de salud pública de la Universidad de Harvard, observaron que el consumo de cuatro o más porciones de papas a la semana se relacionaba con un mayor riesgo de hipertensión en adultos.
Al inicio del estudio (prospectivo y longitudinal), “los participantes no tenían presión arterial alta”, relatan los autores a lo largo del artículo publicado en Bristish Medical Journal. Sin embargo, con el tiempo, argumenta Borgi, “vimos que aquellas personas que consumían papas hervidas, al horno o en puré cuatro veces por semana tenían un riesgo 11 % mayor de desarrollar hipertensión que quienes ingerían una o menos de una porción al mes”. En el caso de las papas fritas, las probabilidades ascendían al 17 %.
Además, Borgi y su equipo comprobaron que cuando un participante sustituía una porción de este tubérculo (hervido, al horno o en puré) por cualquier vegetal sin almidón, el riesgo de hipertensión se reducía. “Las papas tienen un alto índice glucémico en comparación con otras verduras -la patata ha sido recientemente incluida como verdura en el programa de comidas saludables de Estados Unidos, por lo que pueden desencadenar un fuerte aumento de los niveles de azúcar en la sangre y esto podría ser una explicación de nuestros hallazgos”, expone Borgi. Esta explicación “es consistente con otras investigaciones que sugieren la sustitución de los carbohidratos por grasas saludables, vegetales y proteínas”, señalan en un editorial que acompaña al estudio expertos de la Universidad New South Wales, Sydney, Australia.
Tal y como explican los autores, para extraer conclusiones, “tuvimos en cuenta otros factores de riesgo”. No obstante, asumen las limitaciones propias de cualquier estudio observacional. Es decir, “no se puede certificar la relación directa entre causa efecto. Siempre hay una posibilidad de que nuestros resultados se expliquen por algo que no hemos tenido en cuenta”. Aparte de esto, apuntan los investigadores, “nuestros hallazgos pueden tener importancia de cara a la salud pública, ya que apoyan el efecto dañino de la ingesta elevada de carbohidratos visto en estudios controlados de la alimentación”.
Los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos recomiendan la dieta DASH como estrategia para reducir la hipertensión. Se trata de un patrón rico en fruta, verduras y productos lácteos sin grasa o bajos en grasa. Incluye granos enteros, legumbres, semillas, nueces y aceites vegetales, también pescado, aves y carnes magras. Supone reducir la sal, las carnes rojas, los dulces, las bebidas azucaradas y las bebidas alcohólicas. En este patrón entran las papas por su alto contenido en potasio y bajo en sodio y en grasa. Dados los nuevos hallazgos, la clave en la estrategia estaría en las cantidades de dicho alimento. Tal y como apuntan los autores del editorial, “la dieta tiene un papel importante en la prevención y el tratamiento precoz de la hipertensión”.
En palabras de Borgi, “vamos a seguir confiando en los estudios de cohorte prospectivos para examinar las asociaciones entre los diversos patrones de la dieta y el riesgo de la enfermedad para ofrecer información útil a los responsables políticos y a profesionales de la salud”. Como indican los autores del editorial, “la conducta alimentaria y los patrones de consumo resultan muy complejos y difíciles de medir”.
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