Las palabras duelen. Sustratos neuronales que subyacen al dolor nociceptivo y semántico

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Traducir la experiencia del dolor en palabras es un desafío, como lo atestiguan la evidencia científica, las fuentes literarias y la experiencia personal. No obstante, el lenguaje sigue siendo el principal medio para transmitir nuestra propia experiencia de dolor a los demás, incluidos los profesionales de la salud. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) revisó recientemente la definición de dolor como «una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada o similar a la asociada con un daño tisular real o potencial».

En una nota adjunta, se menciona que “se debe respetar el relato de una persona sobre una experiencia como dolor”, refiriéndose al hecho de que la naturaleza subjetiva del dolor no debe interpretarse como menos válida o confiable.

El dolor se define y, en última instancia, se evalúa mediante informes subjetivos: como lo expresó Gracely (2016): “Se puede inferir mucho de medidas objetivas de anatomía, fisiología y comportamiento, pero el informe verbal sigue siendo el estándar por el cual se comparan todas las demás medidas”. Esto llevó al uso, en la investigación médica, de cuestionarios que debían capturar diferentes aspectos de la experiencia del dolor pidiendo a los pacientes que tradujeran su dolor en descriptores de dolor estandarizados (p. ej., McGill Pain Questionnaire—MPQ; Melzack, 1975; Principal, 2016).

Dado que la comunicación del dolor depende significativamente del lenguaje, es importante establecer cómo la mente y el cerebro tratan las complejas relaciones entre las palabras y el dolor. La evidencia acumulada sugiere que el dolor físico real (dolor nociceptivo) y el dolor transmitido por las palabras (dolor semántico) se influyen mutuamente a niveles conductuales y neuronales.

Esta evidencia muestra claramente que la experiencia de dolor físico afecta la forma en que procesamos las palabras relacionadas con el dolor, y que la presentación de palabras relacionadas con el dolor impacta en la experiencia del dolor físico; por tanto, podemos considerar el lenguaje como parte del amplio conjunto de moduladores endógenos que, en última instancia, modulan el procesamiento y la percepción del dolor. Sin embargo, a pesar de un número cada vez mayor de estudios, la arquitectura neuronal que subyace a las relaciones bidireccionales entre el lenguaje y el dolor aún no se comprende completamente.

La respuesta cerebral a un estímulo nociceptivo consiste en la activación de una compleja red de estructuras corticales y subcorticales comúnmente conocida como “matriz del dolor”. Se cree que la matriz del dolor desempeña un papel clave en la elaboración de dos aspectos importantes de la experiencia nociceptiva: el aspecto sensorial-discriminativo y el aspecto afectivo-motivacional; el aspecto afectivo-motivacional es procesado por la ínsula anterior (AI) y la corteza cingulada media anterior (aMCC), a su vez, a veces denominada «componente medial» de la matriz del dolor (porque se proyecta a través de núcleos talámicos mediales específicos).

Por lo tanto, el tálamo está implicado tanto en el componente sensorial-discriminativo como en el afectivo-motivacional, con funciones destacadas desempeñadas por diferentes núcleos en uno u otro.

Un puñado de estudios de neuroimagen en participantes sanos han demostrado que, en ausencia de estímulos nocivos, las áreas del cerebro involucradas en el procesamiento de palabras relacionadas con el dolor se superponen en parte con aquellas que se cree que están involucradas en experimentar dolor físico, tanto el componente afectivo-motivacional de la matriz del dolor y también la sensorial-discriminativa.

En muchos idiomas diferentes, las palabras que describen el dolor físico se utilizan a menudo también para transmitir el llamado dolor social, es decir, los sentimientos dolorosos asociados con el rechazo, la exclusión o la pérdida social real o potencial (por ejemplo, traición) puede describirse como una puñalada, un divorcio como una cicatriz, una derrota como algo doloroso.

Estas formas de referirse al dolor social no son simples extensiones metafóricas tomadas de experiencias de dolor físico que de otro modo no estarían relacionadas: según la literatura, el dolor físico y el dolor social están más entrelazados neuronalmente de lo que se pensaba inicialmente. Esto no es sorprendente, ya que los vínculos sociales son fundamentales para la supervivencia en los mamíferos, y sus interrupciones representan una amenaza potencialmente tan relevante como un estímulo nocivo.

Vea el texto completo en: Intramed. Noticias – 19 diciembre 2023 (debe registrarse en esl sitio web).

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